10 jun 2009

Presentación de Rafael Castillo Zapata


Bajo tierra comienza con una catástrofe y termina con otra. En su principio está el terremoto de Caracas en 1967 y en su final el deslave de La Guaira en 1999. Dos cataclismos naturales que limitan los extremos de una historia en la que la ciudad de Caracas es a la vez un pretexto y un elemento fundamental de la trama: las aventuras de un Telémaco posmoderno que, sin darse cuenta, comienza la persecución del fantasma de su padre por el laberinto de unas inesperadas catacumbas caraqueñas, guiado por una providencial y misteriosa Ariadna que lo arrastra a las profundidades para luego perderse ella misma y dejar a su Teseo a la deriva, ya sin hilo, a merced de un Minotauro telúrico, hecho de agua encolerizada que lo arrastra, finalmente, hacia el mar, al otro lado de la gran muralla de la cordillera avileña.

De este modo, la vieja armadura de la Telemaquia, esa arcaica novela de aprendizaje, sirve para desplegar una serie de peripecias que dibujan un mapa sorprendente de la ciudad: un misterioso hotel de mala muerte, situado en una de las avenidas más deprimidas y deprimentes de Caracas, es el punto neurálgico a partir del cual el laberinto subterráneo se abre con sus misteriosas cavernas, sus túneles y sus meandros llenos de apariciones que parecieran provenir de las más oscuras pesadillas de Lovecraft.

Siguiendo a un inquietante habitante de esas catacumbas, el enigmático Mawari, los dos protagonistas juveniles, Sebastián y Gloria, estudiantes universitarios, experimentan una suerte de descenso a los infiernos que provoca, necesariamente, en ellos, una conversión ritual rodeada de tensiones y enfrentamientos psíquicos y físicos. El relato dibuja el paisaje apasionado de una posible vida bajo la superficie de la ciudad, una ciudad sumergida que nos hace evocar escenas de cierto Victor Hugo y de cierto Julio Verne; una ciudad subterránea, insospechadamente tallada en la roca, que nos abre sus entrañas para exhibir opresivos escenarios que recuerdan en algo la arquitectura alucinada de los grabados de Piranesi; una ciudad poblada de presencias tan inquietantes como las que habitan los terroríficos dibujos de Alfred Kubin, esos espeluznantes animales que habitan en lo oscuro, en el magma ominoso de las entrañas de la tierra.

Con un lenguaje desnudo de inútiles adornos, ligeramente coloquial, atravesado por reflexiones que se balancean indecisas y seductoras entre la solemnidad y la farsa, Gustavo Valle ha escrito una novela de terror y suspenso llena de hallazgos expresivos e imaginativos. Bajo tierra, en efecto, es un libro que acierta en la construcción de personajes y escenas que se fijan en la memoria del lector seducido (la cancerbero Atkinsons y su ratita Mirta, el tenebroso hotel Teresa, la asamblea de lectores y su papiro infinito) con la intensidad y la potencia mítica propias de los grandes frescos urbanos de la literatura; un libro que se permite abonar, por otra parte, el terreno para seguir explorado un modo -más ligado, tal vez, al ejercicio de un cierto realismo fantástico- de narrar Caracas.
Por su irónica y distendida tonalidad, este retrato de una ciudad vista desde sus entrañas se convertirá, estoy seguro, en una referencia importante en la ya sustanciosa tradición de apuestas creadoras empeñadas en fijar narrativamente la huidiza y errática imagen de nuestra insólita ciudad.

Palabras de presentación del libro Bajo tierra
Rafael Castillo Zapata
Octubre 2008 / marzo 2009

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