Un muchacho que busca a su padre desaparecido en el ominoso mundo subterráneo de Caracas le sirve al escritor venezolano Gustavo Valle para construir una intrigante alegoría que se abre en múltiples significaciones en su novela «Bajo Tierra», ganadora del «Premio Adriano González León». Poeta, ensayista y narrador, coeditor de una revista literaria por Internet, Valle, licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, reside ahora en Buenos Aires y colabora con medios venezolanos, españoles y de nuestro país. Dialogamos con él.
Periodista: ¿Qué es «Bajo tierra»?
Gustavo Valle: Una novela que escribí hace cuatro años, a caballo entre Caracas y Buenos Aires. Creo que tiene varios niveles de lectura, que se abre en distintas vertientes. Una, que da titulo al libro, es la exploración subterránea que realizan los protagonistas. Una metáfora de las profundidades de lo que vendría a ser Caracas, de la idiosincrasia venezolana, minera, que tiene a partir del petróleo, y que subsiste bajo nuestros pies. Eso unido a mi historia personal de hijo de padre geólogo que estudió el subsuelo y excavó la tierra de Caracas. Mi padre era ingeniero civil dedicado a la exploración de los suelos. Eso me llevó a conformar una historia que ocurriera en un lugar imaginario en el subsuelo de mi patria.
P.: ¿Es por eso el personaje del padre desaparecido y a la vez con fuerte presencia?
G.V.: Y, acaso, el personaje más real de todos. Eso me llevó a inventar esta Telemaquia, esa mítica búsqueda del padre que realiza Telémaco, a través de cosas que gracias a la labor de mi padre marcaron mi infancia. A la vez, lo que cuento tiene que ver con la principal industria venezolana, la minera.
P.: Su historia tiene algo de relato fantástico, de kafkiana pesadilla urbana, de alegoría sobre la Venezuela actual, ¿a qué género considera que pertenece?
G.V.: Tiene de todo eso y, principalmente, de relato de aventuras, cuyo antecedente más visible es «Viaje al fondo de la Tierra» de Jules Verne. Hay mucho de relato de viaje, de esa búsqueda del padre que es fundamental en la literatura de Telémaco a Paul Auster. Hay una historia de iniciación, con la desaforada aventura que emprende ése universitario que es mi protagonista. Y hay, fundamentalmente, en una clave cifrada, una metáfora sobre mi país, sobre lo que ha marcado mi país, a pesar de que la palabra petróleo se menciona en el libro en una sola oportunidad. En toda ciudad habitan dos ciudades, la visible y la invisible, que está conformada por la imaginación, la invención, la tradición, los años marcados por sucesos determinantes, que ubiqué en los subsuelos. Está por ultimo, algo que me gusta mucho resaltar, inevitable a mi propia vida, que es el tema de las migraciones.
P.: Usted hace de eso algo esencial a lo latinoamericano.
G.V.: Todos los personajes involucrados en la novela vienen de un sitio a otro. El padre es un boliviano que llegó a Venezuela. El mendigo, el indígena que dejó su habitat para llegar al infierno de la ciudad. El chino, el que emigra a la Venezuela próspera de los años setenta. Hay esa búsqueda migratoria por tratar de encontrar una vida mejor en otra parte. Y el fracaso, porque no lo consiguen.
P.: En la búsqueda subterránea que realiza Sebastián se encuentra con lo fantástico: un chino que es un indio que fue chamán y que lanza fórmulas esotéricas o, en ese mundo en sombras, un curioso grupo de lectores que leen cartas robadas.
G.V.: Todo eso no es algo determinante. No se trata de realismo mágico, que evité de forma concreta. Lo que dice el indio Mawari proviene de la cosmogonía de las tribus guaraos del delta del Orinoco. Los «lectores» me sirvieron para hacer una parodia del sistema postal venezolano que siempre ha sido un desastre, con postales y cartas que no llegan a su destino. Está también un juego de metaliteratura, de leer sin saber leer, de encontrar una significación a través de una interpretación arbitraria. Es una pequeña reflexión sobre la literatura, la paraliteratura, lo que se lee y lo que no se lee.
P.: Junto a Sebastián coloca a Gloria, coprotagonista que luego de impulsar las búsquedas, de seducir al muchacho, se vuelve otro enigma, desaparece, pasa a ser otro misterio.
G.V.: Dejo deliberadamente en suspenso su destino. Como narrador da miedo tirar un personaje así, porque el lector va a reclamar el cierre de esa historia. Me atreví a hacer eso luego de ver «La aventura» de Antonioni, donde Gabriele Ferzetti va con su mujer, Anna [Lea Massari] y Claudia [Monica Vitti] a una isla y allí Anna desaparece y no vuelve a aparecer en toda la película. Esa desaparición queda latiendo todo el tiempo, esa presencia ausente abre un enigma secundario, que es algo que yo quise representar en mi obra.
P.: La Caracas caótica que relata en «Bajo tierra», ¿es una metáfora de la Venezuela actual?
G.V.: Es una pesadilla visible que remite a la subterránea. Cuando García Márquez vivió en Caracas, hace años, cuando aún la ciudad estaba bastante bien, dijo: «esta ciudad hostil no esta construida para humanos sino para automóviles». Caracas pasó a causa del petróleo, de la entrada de dinero, de ser una ciudad rural a ser un delirio de modernidad atravesada por autopistas, repleta de gente que venía de las provincias en busca de trabajo, eso engendró el caos. Y si eso no es de hoy, hoy está peor, por la delincuencia, el tránsito automotor, y lo que sucede socialmente. Yo no puedo decir que me fui por los problemas políticos, porque me fui en el 97, cuando aún estaba Caldera. Volví en 2003 un año, y no dejé de seguir de cerca el tema actual que todos conocemos. Y que si no atraviesa mi novela es porque sucede en 1999. Hay acaso una sutil referencia. Chávez ya estaba en el poder cuando ocurió la tragedia que cuento en «Bajo tierra», el gran deslave que es donde se resuelve mi novela, y que ocurrió en el 99, y que para no entorpecer unas elecciones que había ese día, no se declaró el estado de emergencia. Yo no me fui por motivos políticos ni porque no me gusta la ciudad, al contrario, tengo una nostalgia tremenda a pesar de lo desastroso que es todo. Y me angustio a diario con las cosas que ocurren.
P.: ¿Está escribiendo otra novela?
G.V.: Que está ambientada también en Venezuela, que huye también de la ciudad pero no por debajo sino por la superficie, una road movie que se va hacia la playa, como en «Bajo tierra», que muestra el deseo de ir hacia el mar.
P.: ¿Cómo se decidió a vivir en la Argentina?
G.V.: Desde 2001 estaba viniendo con bastante regularidad. Me casé con una escritora argentina, y a partir de 2005 me instalé acá. En el 97 salí de Venezuela, viví seis años en España. Vengo de una familia migrante y mi novela es un reflejo de eso. Ahora colaboro con diferentes medios en España, en Venezuela y en la Argentina. Y me ha ayudado haber ganado algunos premios tanto con esta novela como con guiones para largometrajes.
P.: ¿Qué pasó con sus premiados guiones?
G.V.: No se produjeron. Hay en Venezuela, como lo hay aquí, un instituto, el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía, que tiene programas con importantes apoyos financieros para la producción de películas, y con concursos, por caso, de guión. Yo fui apoyado financieramente para eso. Me pagaron muy bien. Hasta ahí llegó todo. Soy un amante del cine, un escritor, no un hombre de cine, y no tengo la más remota idea de cómo se realiza una producción ni intención de convertirme en cineasta.
P.: ¿No pensó convertir esos relatos en novelas o cuentos?
G.V.: Creo que los guiones me colocaron en el camino de la narración larga que dio como fruto «Bajo tierra». En «El libro que no ganó el concurso» -y lo gané, aunque no se filmó- cuento de un escritor se iba a vivir en un a pensión para aislarse a escribir y ahí conoce a una serie de personajes disfuncionales que le hacen cambiar la idea de lo que quería escribir. El otro guión salió de una nota en un periódico, sobre un chico peruano de 15 años, que era un gran maestro internacional de ajedrez y en un torneo internacional en Río de Janeiro se enamora de una mujer que le dobla largamente la edad, se escapa y se va a vivir con ella. Me pareció fascinante el vínculo pasional de un chico tan cerebral. Adapté la historia a un chico venezolano que venía a la Argentina, se enamoraba de una porteña, y el padre lo venía a rescatar, y para financiar el viaje era secundado por un reality show de televisión.
Publicada el 17 de febrero de 2010, a propósito de la reedición de la novela en Argentina (Grupo Editorial Norma)
20 feb 2010
22 nov 2009
Presentación de Miguel Gomes.
Tal vez los mejores retratos de la estructura de sentimiento con que se organiza la vida venezolana de los últimos tiempos los están ofreciendo sus narradores. Una novela de Alberto Barrera que plasma como pocas la experiencia nacional reciente, La enfermedad, tiene un pasaje, por ejemplo, donde se traza fielmente el horizonte afectivo en que se conciben y circulan muchas obras literarias:
Andrés [el protagonista] de repente piensa en que la situación política ha salvado a muchos matrimonios que ya no tenían de qué hablar. Ahora las familias se reúnen y ya tienen tema. La política ha resucitado sus vínculos, sus euforias, sus maneras de distribuir las pasiones.
En un plano muy solapado, la familia de Andrés, criatura ficticia, sugiere la de ciertos escritores venezolanos y esas “pasiones distribuidas” la respuesta de éstos al entorno. Dicha respuesta actúa medicinalmente. Si la vida pública y los discursos oficiales en tantas ocasiones adquieren un perfil circense u operático, seudoheroico y pomposo, la imaginación de los narradores, a diferencia de lo que ocurría en otras épocas, se inclina a la oblicuidad y la discreción, con algo así como un realismo sutil que aborda la política sin necesariamente nombrarla, hablando más bien de encuentros y desencuentros eróticos, relaciones de padres e hijos, límites de la amistad, manuscritos perdidos o recobrados, sueños, fantasías diversas y pesadillas, pero siempre poniendo a dialogar el espacio de lo personal o íntimo con el de lo colectivo e histórico, para darnos una sensación de vitalidad y de humana incertidumbre a la que los sermones cívicos y las proclamas que antes pasaban por compromiso no lograban acceder. A tal familia literaria pertenece Bajo tierra.
Lo primero que llama la atención de esta novela de Gustavo Valle es la acumulación de registros de escritura que se enriquecen unos a otros. Por una parte, está la historia de misterio o aventuras, hasta con una pizca de Jules Verne aquí y allá sazonado con guiños de Rocambole y una prosa de gran plasticidad visual a la que Hitchcock y varios cultores del thriller cinematográfico añaden ingredientes. Por otra parte, la psique de Sebastián C., narrador y protagonista, va colonizando la intriga hasta hacerla subsidiaria de una lógica personal que se impone a la exuberancia de la acción y nos hace adivinar que personajes, lugares y acontecimientos connotan una existencia interior empeñada en materializarse como símbolo o nostalgia de vivencias que nunca se han producido. Bajo tierra, igualmente, pertenece a una tradición ya antigua de relatos sobre ciudades venezolanas donde la fenomenología de lo nacional, con sus fracasos y esperanzas, cristaliza: estamos ante una novela urbana como lo fueron en su tiempo Todo un pueblo, Ídolos rotos y El hombre de hierro, y como recientemente lo han sido, cada una a su manera, Latidos de Caracas, Un vampiro en Maracaibo, Ajena y Nocturama. Por si lo anterior no fuera suficiente, Gustavo Valle también consigue que su escritura insinúe una fantasía histórica: los protagonistas de este viaje por cloacas y galerías, túneles y grutas de la Caracas actual, tapiados por deslaves y tragedias menos naturales, descubrirán que los vestigios del pasado siguen movilizando desde la oscuridad la vida cotidiana. Lo que no significa que se esté agregando un título más al canon excesivo de la novela histórica: Bajo tierra contradice las premisas del género acudiendo a mitos y ambiguos fragmentos de información acerca de la historia y la prehistoria del país; el conocimiento racional se diluye en el presentimiento de un destino cuyo sentido, sin embargo, se resiste a las grandes interpretaciones y, por lo tanto, a las grandes manipulaciones a las cuales nos tiene habituados la demagogia.
La fábula ctónica no tiene tanto que ver con hechos datables (la Conquista española o la Tragedia de Vargas) como con la Venezuela auténticamente subterránea, subterránea en espíritu y carácter, que comenzó durante la dictadura de Juan Vicente Gómez en dos sentidos al menos: el de una falsa modernidad que pareció enterrar un pasado que resurge de vez en cuando como monstruo vengativo, sea en forma de violencia, sea en forma de caudillo, y el de una economía minera que hace depender todo lo que está arriba de todo lo que pueda sacarse de abajo. Por algo el padre de Sebastián, es decir, la semilla, el origen, se dedicó a las excavaciones y en una de en ellas se extravía y, por algo, las empresas petroleras acaban tarde o temprano haciendo acto de presencia. Pero repito: una de las virtudes de Bajo tierra es que los asomos de alegoría jamás definen un sistema; son, por el contrario, señales aisladas, parpadeantes luciérnagas que no bastan para iluminar estas cavernas. Que Sebastián vea a su Gloria (mujer que acaso es una idea) perderse también en el laberinto de túneles confirma que no estamos ante un relato heroico ni que el telurismo de un autor que se llama Valle sea ingenuamente llano. Para él, que rinde homenaje al Sábato de Informe sobre ciegos, lo sublime y lo abyecto, la razón y la locura van de la mano. Por el efecto de tantos choques y paradojas, la alegoría late en cada una de sus páginas sin manifestarse cabalmente, flotando en la lectura como sombra de una interpretación inminente que no se concreta. La coincidencia con la irresolución de la trama es magistral: lo que nos queda es incógnita, desafío para la comprensión que el narrador resume en un prosaico “¿qué diablos estoy haciendo aquí?” y en la sospecha, más poética, de encontrarse “al borde de un vacío”.
Vacío de su existencia, podríamos concluir, y vacío de un destino nacional que hasta ahora no depara demasiadas certidumbres. En esta novela, que escarba en los abismos, se esboza una arqueología moral tanto de la Venezuela más remota como de la que todavía tenemos ante nosotros: enigma para la sensibilidad, el entendimiento y la memoria.
*Presentación de la novela Bajo tierra (Caracas: Norma, 2009) en Mérida, Venezuela, el 10 de julio de 2009, como parte de las actividades de la Bienal de Literatura Mariano Picón-Salas, organizada por la Universidad de Los Andes.
10 jun 2009
Presentación de Rafael Castillo Zapata
Bajo tierra comienza con una catástrofe y termina con otra. En su principio está el terremoto de Caracas en 1967 y en su final el deslave de La Guaira en 1999. Dos cataclismos naturales que limitan los extremos de una historia en la que la ciudad de Caracas es a la vez un pretexto y un elemento fundamental de la trama: las aventuras de un Telémaco posmoderno que, sin darse cuenta, comienza la persecución del fantasma de su padre por el laberinto de unas inesperadas catacumbas caraqueñas, guiado por una providencial y misteriosa Ariadna que lo arrastra a las profundidades para luego perderse ella misma y dejar a su Teseo a la deriva, ya sin hilo, a merced de un Minotauro telúrico, hecho de agua encolerizada que lo arrastra, finalmente, hacia el mar, al otro lado de la gran muralla de la cordillera avileña.
De este modo, la vieja armadura de la Telemaquia, esa arcaica novela de aprendizaje, sirve para desplegar una serie de peripecias que dibujan un mapa sorprendente de la ciudad: un misterioso hotel de mala muerte, situado en una de las avenidas más deprimidas y deprimentes de Caracas, es el punto neurálgico a partir del cual el laberinto subterráneo se abre con sus misteriosas cavernas, sus túneles y sus meandros llenos de apariciones que parecieran provenir de las más oscuras pesadillas de Lovecraft.
Siguiendo a un inquietante habitante de esas catacumbas, el enigmático Mawari, los dos protagonistas juveniles, Sebastián y Gloria, estudiantes universitarios, experimentan una suerte de descenso a los infiernos que provoca, necesariamente, en ellos, una conversión ritual rodeada de tensiones y enfrentamientos psíquicos y físicos. El relato dibuja el paisaje apasionado de una posible vida bajo la superficie de la ciudad, una ciudad sumergida que nos hace evocar escenas de cierto Victor Hugo y de cierto Julio Verne; una ciudad subterránea, insospechadamente tallada en la roca, que nos abre sus entrañas para exhibir opresivos escenarios que recuerdan en algo la arquitectura alucinada de los grabados de Piranesi; una ciudad poblada de presencias tan inquietantes como las que habitan los terroríficos dibujos de Alfred Kubin, esos espeluznantes animales que habitan en lo oscuro, en el magma ominoso de las entrañas de la tierra.
Con un lenguaje desnudo de inútiles adornos, ligeramente coloquial, atravesado por reflexiones que se balancean indecisas y seductoras entre la solemnidad y la farsa, Gustavo Valle ha escrito una novela de terror y suspenso llena de hallazgos expresivos e imaginativos. Bajo tierra, en efecto, es un libro que acierta en la construcción de personajes y escenas que se fijan en la memoria del lector seducido (la cancerbero Atkinsons y su ratita Mirta, el tenebroso hotel Teresa, la asamblea de lectores y su papiro infinito) con la intensidad y la potencia mítica propias de los grandes frescos urbanos de la literatura; un libro que se permite abonar, por otra parte, el terreno para seguir explorado un modo -más ligado, tal vez, al ejercicio de un cierto realismo fantástico- de narrar Caracas.
Por su irónica y distendida tonalidad, este retrato de una ciudad vista desde sus entrañas se convertirá, estoy seguro, en una referencia importante en la ya sustanciosa tradición de apuestas creadoras empeñadas en fijar narrativamente la huidiza y errática imagen de nuestra insólita ciudad.
Palabras de presentación del libro Bajo tierra
Rafael Castillo Zapata
Octubre 2008 / marzo 2009
Palabras de presentación del libro Bajo tierra
Rafael Castillo Zapata
Octubre 2008 / marzo 2009
Del diario literario de Alejandro Oliveros.24/04/2009
Hace unos días, con motivo del Día del Idioma, El País, de Madrid, publicó una lista de los mejores títulos de la temporada. Estos son los míos, con la aclaratoria de que hago todo lo posible por evitar la lectura de traducciones al castellano. Tengo buenas razones para desconfiar de ellas, en especial las que nos invaden desde Madrid, todavía con ese tufillo lejano, pero detestable, a Padre Balaguer y Opus Dei.
Cartas, de Joseph Roth (Acantilado)Aunque sólo conozco la versión francesa de esta correspondencia insoslayable para conocer al autor de Radetzky y su época, que fue la de Stefan Zweig, uno de los corresponsales reiterados. El buen librero y lector que es Andrés Boersner, a cuyo abuelo Roth escribe una importante misiva, me escribe: “La traducción española me parece digna y acertada, es la que más se ajusta a la edición alemana y la más completa. La edición de Acantilado es muy superior, no sólo en la presentación, terminación y olor, sino en contenido.” Puedo estar de acuerdo en todo, menos en lo del olor. Sigo prefiriendo el aroma de un croissant al de una tortilla de papas.
La promesa del alba, Romain Gary (Libros de Bolsillo). La autobiografía parcial (sólo llega hasta 1944 y Gary muere en 1980) del único escritor “doble” Goncourt. Un libro de un lirismo conmovedor a ratos (a diferencia de las memorias igualmente notables de Simenon, que son pura “prosa”) y el más desarrollado complejo de Edipo desde los tiempos de Sófocles. La infancia judía del autor en Rusia y Polonia, su llegada adolescente al sur de Francia y su “desplazamiento” afectivo por ese país, al cual defendió con una valentía ayuna entre los nativos. De Gaulle supo reconocer el gesto y consiguió para él la Legión de Honor la Cruz de Guerra y un cargo diplomático: “Y en el bolsillo, la carta que me abría las puertas de la carrera diplomática, ebrio de esperanza, juventud, de certeza y de Mediterráneo, de pie, por fin, de pie en la claridad, en una orilla bendita en la que ningún sufrimiento, ningún sacrificio, ningún amor se lanzaban jamás al viento, en la que todo contaba, se sostenía, significaba…” No es probable que cuando Gary escribía tas líneas emocionadas, a sus cuarenta años, tuviera a la vista el revolver con el cual se voló la cabeza dos décadas más tarde.
Bajo tierra, Gustavo Valle (Norma). Esta “opera prima” (como novela) del joven autor venezolano (III Premio Internacional Adriano González León), nos conduce, a través de un inesperado periplo urbano, por lo subterráneo, una geografía que, a pesar, de lo terrible, o por lo mismo, no deja de parecernos familiar, como la fisonomía del vagabundo que aparece desde el comienzo. Una estremecida experiencia urbana asumida desde la orilla inquietante del mito y la alegoría. El tono, como cabe esperar, no es el más optimista: “Hay mucha gente buscando a otra gente y eso se siente, de verdad que se siente. Explicar esto no tiene importancia. Las cosas perdidas suelen llevarse consigo el motivo de su pérdida, y si la recuperamos suele ser demasiado tarde para reclamar explicaciones.” Así comienza.
Previsión del tiempo, Michael Krüger (Norte y Sur). Primera colección en castellano del vate germano nacido en 1934 y en cuya lírica se puede respirar el aire, todavía, rarificado, y quién sabe hasta cuándo, de la Alemania post-muro-de-Berlín. Krüger no es un desesperanzado sesentista, apenas trata de ser objetivo en su canto, lo cual no es obvio en el país más subjetivo de Europa, donde, en su opinión: “Cada vez es más difícil/escribir”. Más cerca de Günther Eich que de Celan, lo cual lo hace más confiable a la hora de tratar de entender la compleja emocionalidad de esta Alemania reunifica, con más pobladores que hace veinte años, pero con menos recuerdos.
*Tomado de:
http://prodavinci.com/2009/04/24/diario-los-libros-de-san-jorge/
Cartas, de Joseph Roth (Acantilado)Aunque sólo conozco la versión francesa de esta correspondencia insoslayable para conocer al autor de Radetzky y su época, que fue la de Stefan Zweig, uno de los corresponsales reiterados. El buen librero y lector que es Andrés Boersner, a cuyo abuelo Roth escribe una importante misiva, me escribe: “La traducción española me parece digna y acertada, es la que más se ajusta a la edición alemana y la más completa. La edición de Acantilado es muy superior, no sólo en la presentación, terminación y olor, sino en contenido.” Puedo estar de acuerdo en todo, menos en lo del olor. Sigo prefiriendo el aroma de un croissant al de una tortilla de papas.
La promesa del alba, Romain Gary (Libros de Bolsillo). La autobiografía parcial (sólo llega hasta 1944 y Gary muere en 1980) del único escritor “doble” Goncourt. Un libro de un lirismo conmovedor a ratos (a diferencia de las memorias igualmente notables de Simenon, que son pura “prosa”) y el más desarrollado complejo de Edipo desde los tiempos de Sófocles. La infancia judía del autor en Rusia y Polonia, su llegada adolescente al sur de Francia y su “desplazamiento” afectivo por ese país, al cual defendió con una valentía ayuna entre los nativos. De Gaulle supo reconocer el gesto y consiguió para él la Legión de Honor la Cruz de Guerra y un cargo diplomático: “Y en el bolsillo, la carta que me abría las puertas de la carrera diplomática, ebrio de esperanza, juventud, de certeza y de Mediterráneo, de pie, por fin, de pie en la claridad, en una orilla bendita en la que ningún sufrimiento, ningún sacrificio, ningún amor se lanzaban jamás al viento, en la que todo contaba, se sostenía, significaba…” No es probable que cuando Gary escribía tas líneas emocionadas, a sus cuarenta años, tuviera a la vista el revolver con el cual se voló la cabeza dos décadas más tarde.
Bajo tierra, Gustavo Valle (Norma). Esta “opera prima” (como novela) del joven autor venezolano (III Premio Internacional Adriano González León), nos conduce, a través de un inesperado periplo urbano, por lo subterráneo, una geografía que, a pesar, de lo terrible, o por lo mismo, no deja de parecernos familiar, como la fisonomía del vagabundo que aparece desde el comienzo. Una estremecida experiencia urbana asumida desde la orilla inquietante del mito y la alegoría. El tono, como cabe esperar, no es el más optimista: “Hay mucha gente buscando a otra gente y eso se siente, de verdad que se siente. Explicar esto no tiene importancia. Las cosas perdidas suelen llevarse consigo el motivo de su pérdida, y si la recuperamos suele ser demasiado tarde para reclamar explicaciones.” Así comienza.
Previsión del tiempo, Michael Krüger (Norte y Sur). Primera colección en castellano del vate germano nacido en 1934 y en cuya lírica se puede respirar el aire, todavía, rarificado, y quién sabe hasta cuándo, de la Alemania post-muro-de-Berlín. Krüger no es un desesperanzado sesentista, apenas trata de ser objetivo en su canto, lo cual no es obvio en el país más subjetivo de Europa, donde, en su opinión: “Cada vez es más difícil/escribir”. Más cerca de Günther Eich que de Celan, lo cual lo hace más confiable a la hora de tratar de entender la compleja emocionalidad de esta Alemania reunifica, con más pobladores que hace veinte años, pero con menos recuerdos.
*Tomado de:
http://prodavinci.com/2009/04/24/diario-los-libros-de-san-jorge/
Reseña de Fedosy Santaella
Sorprende, sorprende y al mismo tiempo agrada que un libro como Bajo tierra de Gustavo Valle haya sido premiado por el jurado de la III Bienal de Novela Adriano González León. Se abre así otro espacio a una forma de escritura que no necesariamente toma los caminos de moda para contar la realidad. Con esta novela se confirma que lo fantástico, lo extraño o lo maravilloso también tienen cabida dentro de la literatura venezolana. Bajo tierra es una demostración más de que la literatura es, sobre todo, imaginación, y no una simple crónica periodística o histórica disfrazada de ficción. La novela de Valle resulta una elaboración simbólica de la realidad desde un lenguaje sencillo y directo, donde la épica, el ritmo cinematográfico y la temática social giran en torno a lo imaginativo, creando así imágenes fascinantes, metáforas surrealistas y bombas mentales poderosas...
9 jun 2009
Programa radial Relectura
Charla con Luis Yslas y Rodrigo Blanco Calderón, a propósito de la publicación de Bajo tierra.
Se puede escuchar en:
http://relecturas.podomatic.com/entry/2009-03-27T08_20_34-07_00
Se puede escuchar en:
http://relecturas.podomatic.com/entry/2009-03-27T08_20_34-07_00
Reseña de Jason Maldonado
Llegó a mis manos Bajo Tierra del escritor venezolano Gustavo Valle editado por Norma. Siempre tengo un grado de reticencia cuando los textos previos a la lectura llevan los laureles de la victoria, que en este caso, eran los de la III Bienal de Novela Adriano González León 2008. Sin embargo, con el jurado calificador y con el maestro de ceremonia bautismal que tuvo el libro, era de esperarse que lo que estaba por leer iba a ser bueno. Hecha la lectura, no puedo más que decir “bien merecido”. Es el tipo de libro, de novela, que te atrapa desde el principio y no te suelta, te zarandea con la explosión imaginativa que el autor le imprimió partiendo de un hecho tan absurdo como es el de seguir por las calles caraqueñas a un mendigo para ver en dónde vive, qué hace, cuál es su verdadero nombre.
Este indigente llamado Mawari, que es una especie de proyección del padre perdido del personaje principal de la novela, Sebastián C., termina siendo el balsero que lo lleva de la mano a él y a Gloria, a través de un viaje inesperado por un mundo oscuro y subterráneo de la compungida Caracas. Mawari, a pesar de su silencio, irónicamente es un hombre que sabe contar historias, como aquella del chimpancé violinista y tras silencios, humedad, mucho fango y oscuridad, nos vamos adentrando en un viaje que rememora en varios de sus pasajes a Verne incrustado en el centro de la tierra: “Sentí que era una marioneta. Mi cuerpo estaba siendo vapuleado por una violencia desconocida…yo sólo esperaba el instante en que la ola de lodo me empujara contra una pared de piedra, contra una roca saliente y quedase aplastado como una rata”.
La prosa que Valle mantiene en Bajo Tierra, es –y tomo una espléndida imagen que va dentro del texto– un “siniestro raftin” que pasa de emoción en emoción inquietando al lector hacia un desenlace que, ya desde las primeras páginas, se hace necesario conocer. Mientras se da esa especie de delirium tremens por el final que aún no llega, la aventura bajo los cimientos de Caracas transcurre entre los más grandes nidos de cucarachas del país, miles de ratas y situaciones aún más escatológicas. Bajo Tierra tiene los elementos necesarios, por demás trepidantes, para enganchar al lector en todo momento. Como en los buenos textos de ficción, épicos y mitológicos, está la presencia de una aterradora serpiente: “Debajo de la tierra habita la serpiente con cuatro cabezas y cada cabeza apunta a un sitio y forma una cruz debajo de la tierra”; y de un extraño club de lectores en donde el más joven de ellos rememora al profeta Fineo en medio de su ceguera, el mismo que entre otros guió a Jasón a buscar el vellocino de oro, sólo que en este caso no era el preciado tesoro sino el camino hacia la luz: “Volví a donde estaba el joven lector y le pregunté si el túnel que se veía al final de la cueva era una salida a la superficie. Pero el joven lector parecía no entenderme…Tras intentarlo por última vez me di por vencido, lo agarré por los hombros y grité: -¡El túnel, hacia dónde va el túnel!-. Y cuando lo tuve frente a frente pude ver que sus ojos eran dos manchas grises”. Bajo Tierra no da tregua con su imaginería. Una lectura de ficción que pone al lector a vivir un desbocado vértigo de emociones junto a Sebastián C. transfigurado en un Jasón moderno y caraqueño.
*Tomado de:
http://palabrasyescombros.blogspot.com/2009/04/bajo-tierra.html
Este indigente llamado Mawari, que es una especie de proyección del padre perdido del personaje principal de la novela, Sebastián C., termina siendo el balsero que lo lleva de la mano a él y a Gloria, a través de un viaje inesperado por un mundo oscuro y subterráneo de la compungida Caracas. Mawari, a pesar de su silencio, irónicamente es un hombre que sabe contar historias, como aquella del chimpancé violinista y tras silencios, humedad, mucho fango y oscuridad, nos vamos adentrando en un viaje que rememora en varios de sus pasajes a Verne incrustado en el centro de la tierra: “Sentí que era una marioneta. Mi cuerpo estaba siendo vapuleado por una violencia desconocida…yo sólo esperaba el instante en que la ola de lodo me empujara contra una pared de piedra, contra una roca saliente y quedase aplastado como una rata”.
La prosa que Valle mantiene en Bajo Tierra, es –y tomo una espléndida imagen que va dentro del texto– un “siniestro raftin” que pasa de emoción en emoción inquietando al lector hacia un desenlace que, ya desde las primeras páginas, se hace necesario conocer. Mientras se da esa especie de delirium tremens por el final que aún no llega, la aventura bajo los cimientos de Caracas transcurre entre los más grandes nidos de cucarachas del país, miles de ratas y situaciones aún más escatológicas. Bajo Tierra tiene los elementos necesarios, por demás trepidantes, para enganchar al lector en todo momento. Como en los buenos textos de ficción, épicos y mitológicos, está la presencia de una aterradora serpiente: “Debajo de la tierra habita la serpiente con cuatro cabezas y cada cabeza apunta a un sitio y forma una cruz debajo de la tierra”; y de un extraño club de lectores en donde el más joven de ellos rememora al profeta Fineo en medio de su ceguera, el mismo que entre otros guió a Jasón a buscar el vellocino de oro, sólo que en este caso no era el preciado tesoro sino el camino hacia la luz: “Volví a donde estaba el joven lector y le pregunté si el túnel que se veía al final de la cueva era una salida a la superficie. Pero el joven lector parecía no entenderme…Tras intentarlo por última vez me di por vencido, lo agarré por los hombros y grité: -¡El túnel, hacia dónde va el túnel!-. Y cuando lo tuve frente a frente pude ver que sus ojos eran dos manchas grises”. Bajo Tierra no da tregua con su imaginería. Una lectura de ficción que pone al lector a vivir un desbocado vértigo de emociones junto a Sebastián C. transfigurado en un Jasón moderno y caraqueño.
*Tomado de:
http://palabrasyescombros.blogspot.com/2009/04/bajo-tierra.html
8 jun 2009
Programa radial Librería Sónica
30 may 2009
Entrevista de Daniel Duque para El Universal
"Yo esperé esta novela"..
-¿Cómo surgió la idea de escribir ?Bajo Tierra
-La imagen fundamental partió de mis experiencias personales. Soy hijo de un ingeniero experto en mecánicas de suelos que dedicó toda su vida a explorar los subsuelos de Caracas para proyectos viales. Por eso me crié al lado de perforadoras, taladros, muestras de tierra. Entonces, puede haber una búsqueda simbólica de mi padre, quien falleció hace muchos años.Seguidamente, vino la construcción de la novela que es totalmente ficcional y para nada autobiográfica, pero el germen original provino de mi infancia, que son los años que más nos marcan, y buscando acceder a ellos recurrí a la ficción.
Se puede leer la entrevista completa aquí:
http://www.eluniversal.com/2008/11/11/til_art_yo-espere-esta-nove_1141542.shtml
-¿Cómo surgió la idea de escribir ?Bajo Tierra
-La imagen fundamental partió de mis experiencias personales. Soy hijo de un ingeniero experto en mecánicas de suelos que dedicó toda su vida a explorar los subsuelos de Caracas para proyectos viales. Por eso me crié al lado de perforadoras, taladros, muestras de tierra. Entonces, puede haber una búsqueda simbólica de mi padre, quien falleció hace muchos años.Seguidamente, vino la construcción de la novela que es totalmente ficcional y para nada autobiográfica, pero el germen original provino de mi infancia, que son los años que más nos marcan, y buscando acceder a ellos recurrí a la ficción.
Se puede leer la entrevista completa aquí:
http://www.eluniversal.com/2008/11/11/til_art_yo-espere-esta-nove_1141542.shtml
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